sábado, 14 de marzo de 2015

CARIZ CUCURBITÁCEO, ESCRITURA AUTOMÁTICA.


Acostumbrándome a la dicha de la visicitud, a los diáfanos caminos que resultan cuando mi historia es un vodevil más que una elegía, llenándolo todo de macondos y permitiéndome vislumbrar los arreboles que tiñen el cielo de sangre. Me mantengo en movimiento alimentándome de quiméricas ilusiones al son del céfiro, el mismo que me revuelve el cabello. Nadando en retruécanos de opuestos binarios que conforman el núcleo de mi fragmentado ser. Inefables serindipias de baladíes, carencia de boatos, a veces me nublan sibilinos mantos de incertidumbre, otras siento en el puerperio el sentido, epifanías iridiscentes, dónde encuentro vida. Es entonces cuando oigo ráfagas melifluas y además de color descubro sonido, me vuelvo inmarcesible como un tulipán seco, descansando para siempre entre las hojas de algún libro lleno de historias. 
Éterea. Inmanente.