martes, 6 de enero de 2015

La dictadura del miedo.



Estaba yo navegando por la red, posponiendo el momento de empezar a estudiar, y me he topado con unas viñetas muy interesantes de un tal Fran Krause, que recopiló historietas de gente que le contaba sus miedos infantiles (y no tan infantiles ya que estos son metáforas de problemas reales en la edad adulta). No me quiero poner la peluca psicoanalítica, pero me han hecho reflexionar.
Al final, todas nuestras barreras se resumen en miedo. Puro miedo empaquetado con diferentes envoltorios. Puede parecer pereza, pero es miedo. Puede parecer desinterés, pero es miedo. Puede parecer frustración, pero es miedo. Puede parecer timidez, pero es miedo. La ansiedad es el mayor exponente del miedo. Cuando nuestro cuerpo nos manda señales terroríficas gritándonos: estoy cagado de miedo y no sé que hacer. Incluso los rasgos de carácter que supuestamente nos definen, o nos van definiendo ya que estos no son etiquetas permanentes sino adjetivos que se van trasformando a medida que maduramos, muchos prevalecen por miedo.
Miedo al fracaso. Miedo al "qué dirán". Miedo a no cumplir con las expectativas. Miedo al rechazo. Miedo a la pérdida. Hasta el amor provoca miedo: el miedo a perderlo.
El miedo, como otras emociones humanas, existe por algo: adaptativamente para huir de las amenazas a la vida. El problema es que nuestra sociedad, las grandes potencias de poder, han forjado un imaginario colectivo de dudosa moralidad, creándonos amenazas que realmente no lo son. Induciéndonos miedo, para que cada pieza del engranaje ocupe su sitio y exista un control sobre nosotros.
Volvernos mansos para meternos en la cuadra.
El miedo a la soledad crea el "hasta que la muerte nos separe". El miedo a situaciones económicas precarias crea la necesidad de conseguir un trabajo a cualquier coste. El miedo al rechazo consigue que vivamos dependientes de cánones de belleza, estereotipos creados por las grandes multinacionales para vender sus productos. Hasta el miedo a enfermar crea la necesidad de tomar medicamentos que no necesitamos y con ello se lucran grandes empresas.
¿Cuántas cosas habéis pensado que jamás diríais? ¿Cuántos patrones "morales" o de "comportamiento normal" infringimos cuando estamos solos en nuestra habitación? ¿No sería maravilloso compartir los pensamientos y sentimientos alejados de la norma, bizarros, oscuros, con el resto de la gente para darnos cuenta de que no estamos solos? El arte materializa esta abstracción de sensaciones que nos atacan la cabeza, que quedan castigadas en nuestro inconsciente porque el famoso Superego nos juzga, nos maquilla, nos mata de miedo. Cuántas máscaras llevamos, y de qué manera nuestra identidad queda fragmentada en todas esas personas que somos cuando estamos con esta persona o con la otra. En un registro familiar o amistoso. En el trabajo, o en el gimnasio. ¿Qué queda de nuestra esencia? ¿Qué queda DE VERDAD? Supongo que aceptamos que todos esos fragmentos, todos esos "yoes" son lo que finalmente definen lo que somos, y estas piezas de identidad se van transformando con el paso de los años. Pero, en serio, ¿no somos mucho más que eso?
Somos tantas cosas que no decimos, que no compartimos explícitamente porque la norma las tacha de "inapropiadas". La vergüenza, es miedo al rechazo. Piensa en algo que hayas hecho de lo que te "avergüences". La persona que está a tu lado también tiene algo en la cabeza. Nadie se libra.
¿Sabéis la peor consecuencia de todo esto? El maldito estigma de las enfermedades mentales. Las etiquetas, el puto error de diagnóstico: tú estás deprimido, tú eres un neurótico, tú eres hiperactivo. ¿De verdad SOY eso?
Una persona que sufre cáncer es una víctima, un enfermo mental nos da MIEDO. La sociedad nos ha hecho temer los comportamientos alejados de la norma. Antiguamente en el mundo oriental las personas que padecían trastornos mentales, "locura", eran considerados "conocedores de la verdad", por eso eran venerados como dioses. Mientras tanto, en occidente, se les encerraba y quemaba por locos. Reflexionemos un momento... ¿no estarán las mentes "dañadas" más cerca de la verdad, menos ciegas ante la presión que implica el estereotipo de "llevar una buena vida"? ¿No serán ellos los más cuerdos?
Todos sufrimos en silencio... y me encantaría gritar fuerte, a los cuatro vientos que eso no es "malo", que todos sentimos, que nuestra esencia se tiene que amoldar a una forma, a una norma, que establece el mundo "real" y, joder, que no hay nada más "real" que lo que nos decimos al hablar con nosotros mismos, que lo que hacemos a solas.

Somos todas las cosas que no decimos. Y eso no debería darnos miedo.




jueves, 1 de enero de 2015

1 de enero



Desde mi más puro tedio estoy escribiendo estas palabras. Tedio, resaca. No una resaca cualquiera, sino LA resaca. La del 1 de enero. Y estoy trabajando, que es lo crudo. El tedio me permite, a veces, reflexionar. Y ahora hallándome en un balancín neuronal que va con su vaivén del mas puro aburrimiento a segundos oníricos por verse mi mente coja, pesada, lenta... he llegado a la conclusión de que me encanta el 1 de enero. En perspectiva claro, no se puede decir que ahora mismo esté tumbada en una cuna de placer, pero el verlo así me ha hecho observar este día con humor. Es el día global de la resaca. Un montón de mentes pesadas, adormecidas, inhabilitadas, que no llegan a ninguna conclusión desde la horizontalidad de sus cuerpos en el sofá. Bajones emocionales, y resacas morales... cuando hace unas horas éramos todos héroes, con nuestros propósitos, nuestras uvas, nuestro vino. Nuestra tontunez nocheviejil que tanto me gusta. Y hoy... ¿hoy qué? 
Hoy somos sacos de polvo. 
Construcción y deconstrucción. La más pura realidad humana. El ciclo inacabable de opuestos binarios. 
En cualquier caso, tiene mucha gracia.
Como lo tiene que a las 12 de la noche la gran mayoría de los españoles estén en silencio comiendo 12 uvas. Es mi momento preferido de la noche. Siempre me viene la imagen grabada desde un satélite. Un montón de cabezas, en un montón de casas, comiendo uvas a todo gas para conseguir fortuna por un año. Se crea una energía mágica, una sonoridad que simboliza el comienzo de un nuevo año: todos masticando las uvas, mordiendo y escupiendo las pepitas con la mirada fija en el reloj. Y de fondo 12 campanadas. La banda sonora de-el año que suena a grotesca ilusión. Seres hipnotizados por una costumbre sacada de la manga, engullendo furtivamente la esperanza de cambio y mejora. Uva, tras uva. Mordiendo las desgracias del año anterior, y brindando con la última uva por escapar hacia adelante... 
Progresar, conformarse. 
Ser feliz.

¡FELIZ AÑO!
¡FELIZ ILUSIÓN!

Es lo que, al fin y al cabo, nos mantiene vivos.