lunes, 26 de noviembre de 2012

El arte de no decir la verdad (Adam Soboczynski) y mis lucubraciones.

Acabo de terminar este libro, y como vieja costumbre que retomo, comentaré la sensación que me ha dejado. No voy a hablar del libro, ni a resumirlo, ni a criticarlo... simplemente soltaré lo que me ha venido a la cabeza cuando me he leído la última línea. El título es bastante claro, y el autor en muchas ocasiones utiliza como alternativa "el arte del fingimiento" para referirse a ello. Para que nos entendamos, se trata del único arte que en estos tiempos no está en declive, sino que por el contrario, se haya en su máximo exponente. Es el fingir para ganar. La inteligencia como pensamiento frio. La falta de principios como principio. El autoengaño, la sobrevaloración de uno mismo, la búsqueda de poder y de éxito, el arte de la seducción. "Ser alguien" implica dominar este arte. Sin tapujos, puede parecer cruel... pero el hecho de que lo parezca va ligado con el refinamiento del arte del fingimiento... en realidad nuestros principios morales no son más que un armario empotrado de nuestro cuarto donde descansa el sentimiento de creerte buena persona, para que frente a cualquier atisbo de maldad demasiado evidente, podamos abrir un cajón y respaldarnos en esos principios. Falsos, pero tremendamente útiles. Es alarmante una tasa de suicidios, así como lo es la cola del psiquiatra. Dificilmente aceptamos haber pensado SERIAMENTE sobre alguna de estas dos alternativas. Y lo cierto es que sino todos, la gran mayoría, alguna vez nos hemos sentido tan insignificantes o tan contrariados que deseamos antes que volvernos locos, dejar de vivir. La cuestión es que nadie quiere parecer demencial. Buscamos maneras de atribuirnos continuamente "normalidad", y al mismo tiempo pretendemos ser auténticos. ¿Dónde está la autenticidad en alguien que se esfuerza por tenerla de una manera socialmente aceptada? Es falsa. No existe. Estamos continuamente fingiendo, y parece ser la única manera de vivir. ¿Será este el precio de la paz? Las buenas maneras son primordiales, ya no sólo las convenciones sociales de educación, que son simples muestras de amabilidad ante conocidos y desconocidos que nos sirven para ser socialmente aceptados. La mayoría son automáticas: a nadie le parece forzado dar los buenos días en la escalera a un vecino, o reirle la gracia a alguien con quien se tiene poca confianza y se está manteniendo una conversación trivial. Son cosas que tenemos que hacer, y las hace todo el mundo. ¿Lo hacemos por altruismo, porque somos seres amables que sólo quieren ofrecer bondad? NO. Lo hacemos porque queremos ser aceptados, o mejor dicho, porque tenemos que serlo. Resultar antipático no es del agrado de nadie. Los hay que quieren resultar misteriosos, o tipos serios. No es lo mismo que resultar antipático. A nadie le gustan los antipáticos. Y lo cierto es que a mi tampoco me importa mucho que X no me salude o no me de conversación... y seguramente a X tampoco le importa que yo lo haga... pero es recíproca la falta de interés y el fingimiento cordial. Y funciona. Y funciona siempre, ya que mostrarse amable nunca queda mal. Entonces mi planteamiento vuela alrededor de una pregunta estremecedora: ¿Dónde está la verdad? Esa pregunta se queda en interrogante. Porque es mejor. Porque es más fácil. No sé qué es exactamente ser feliz, pero creo entenderlo. Y todo apunta a que tiene directamente que ver con el refinamiento de este arte. Finge, controla tus impulsos contínuamente, muéstrate simpático pero no exagerado, adulador pero no pelota, seductor pero no baboso, misterioso pero no perdido. Utiliza siempre que puedas el humor. No sigas a tus arrebatos porque siempre desencadenan malos augurios: un simple sms enviado con rabia siempre puede ser un arma para uno mismo. El silencio y la indiferencia del pensamiento frio aún te deja muchas opciones. En un mundo en el que estamos continuamente comunicando: cuando no estamos en una conversación en un bar, lo estamos por una llamada telefónica, colgamos y tenemos dos mensajes en el correo, los leémos y nos abren conversación por el chat de cualquiera de las tres redes sociales de las que disponemos. Se hace de noche, vamos a la cama y suena el Whatsapp. Tenemos poco tiempo para hablar con nosotros mismos... ¡Por Dios, que manera de interactuar! Esto nos genera estrés social, preocupaciones. Anhelamos el contacto y lo intentamos cultivar continuamente. Y lo tenemos que hacer bien, muy bien. Entonces tendremos éxito... en todo. No es posible dar los ingredientes del triunfo pero se puede dar una pista: Carecer de verdades absolutas nos coloca en una posición relativista con la que podemos jugar a dudar de todo. Eso nos librará de la mentira, y de esta manera nunca juzgaremos nada que pueda sernos recriminado. Si queremos ganarnos al público con nuestros argumentos sólo tenemos que manejar bien la retórica, la cual tiene un impacto peliagudo en la gente: los políticos, la publicidad, los artistas más comerciales, las películas más comerciales... gustan a la gente. Porque están bien vendidas, bien explicadas, porque te cuentan, te enseñan lo que quieres oir... y entonces a partir de ahí generas tus propias ideas, tu humilde opinión. Eso desencadena una falta de criterio generalizado abominable. Y ya pueden sacar lo que sea, ya puede pasar lo que sea, que ya nos han embaucado en ese bucle titiritero que esclaviza nuestra manera de pensar, nuestra disfrazada "libertad de pensamiento". (Y sin quererlo ya me he vuelto pesimista, cuando estaba dando mis lucubraciones sobre "cómo tener éxito".) Retomo pues, tras mencionar la retórica como arma letal, cabe destacar también la apariencia. Mostrarse sobrio, sutil. No destacar mucho, no parecer grotesco pero sí en parte atrevido. Cuando gozas de un cierto protagonismo, o posición social te puedes permitir desvincularte un poco de las reglas y eso te da un carácter de seguridad que cautiva al personal. Pretender ser culto, saber dosificarse, hacerse el ofendido de vez en cuando son algunas de las pautas que se pueden seguir para salir bien aireado de alguna escena socialmente dificultosa. Y por supuesto, mostrarnos inaccesibles, inasibles y enormemente independientes son los tres ases con los que triunfar en el trabajo y por supuesto, en el amor: Es la ausencia lo que hace posible que se desprenda el interés. La dificultad de encontrarlo, la desaparición bien calculada, que excita nuestra imaginación. Y de esa manera nos mantiene en las mentes esperanzadoras de los demás. Creamos una ilusión que detrás está vacía y el objetivo es que no nos pillen. El arte del fingimiento se puede resumir finalmente con esa frase. Aunque añadiré unas líneas claves del libro: "¿Qué es la vida? Un campo minado. ¿Y el fingimiento? La condición necesaria para nuestra ascensión. ¿Y el amor? El más bello de los engaños." Y llegados a este punto supongo que quedará demencial decir que a veces me gustaría fundirme con la almohada y descansar alrededor de todas esas plumas hasta adoptar la forma de una de ellas, y quedarme allí, quieta... observando de por vida si las pesadillas de la gente son las mismas que las mias. Después de todo hay mucho más que todo lo que he dicho... la pureza del cuerpo, la exploración de los sentidos, la belleza del arte, el acceso al instinto más puro y su desencadenante emocional... el teatro, la música, el cine, el baile, las artes plásticas... devoción por el sentido social, la revolución... nada exento de su propia paradoja pero sí una vía con algo de luz... La luz que supone que aún no me quiera convertir en cojín.