Cuantos cuentos cuento. Cuántos contáis.
Cobardes que necesitan el soporte de "un alguien" de su especie para continuar, ese sentimiento de tener siempre algo que no te falle, que irrevocablemente se desviva por ti. Ocupar tu cabeza con su cara y su cara con tus mimos superficiales, mientras configuras tu vida olvidándote de que es un mero soporte, y adjudicándole casi sin darte cuenta el papel de base fundamental.
Me da mucha pena.
No me contéis cuentos, ni me habléis de amor, ni de desenfreno, ni de cariño, ni siquiera de factores imprescindibles, de corazones llenos... porque me aborrece que me digan las cosas tres cientas y un mil veces, y que me sigan sin convencer. Seguís lo que os han dicho que debéis seguir, vuestra vida desde que nacéis está condicionada por unos factores, por eso que llaman vida y que ya te han contado, sin haber empezado si quiera a vivirla. Háblame si quieres del término irracional, dame tu teoría filosófica que se te caerá sola. No pretendo ser tremendamente escéptica ni empirista, es sólo que a veces un cúmulo de gilipolleces te hacen replantearte tus propios esquemas cognitivos.
La vida de una persona, no puede depender de que otra salga o entre. Es simplemente una pérdida de tiempo, una muestra de inmadurez, de irreflexión, de completo irraciocinio y de pantomimas y cuentos que os gusta seguir porque así es un poquito más llevadero.
Cuantos cuentos me váis a seguir contando. Y por más que oigo, oigo y escucho, jamás nadie se me ha acercado y me ha dicho: "sinceramente, lo hago porque me da la gana". Eso es lo que quiero oir, pero ya decirlo entonces carece de sentido.
Te da la gana sí. Te da la gana compartir tus días con una persona, porque te apetece, porque simplemente te reconforta, te anima, o incluso te inspira. Si un día te deja de dar la gana, no digo que te tengas que soltar de su mano que parece tanto te da vida, sino que en ocasiones es necesario prevenir, valorar, reflexionar y decidir. Como cuando compras una tableta de chocolate, te levantas cada día y comes una onza. Una mañana cualquiera, no te apetece comer chocolate, simplemente no "te da la gana", y no lo comes. Eso no significa que tengas que tirar toda la tableta, porque quizás al día siguiente te vuelva a apetecer y te arrepientas de haber tirado lo que ya tenías, habiéndote esforzado en su medida para tenerla ahí, única y exclusivamente para tí...
No sé si la metáfora aclara lo que intento decir. Las tabletas de chocolate no se acaban solas, se acaban cuando tu decides acabarlas. Puedes comprarte infinitas tabletas, hasta que te canses de esa marca, o incluso acabes aborreciendo el chocolate. Pero cada mañana, indiscutiblemente, te levantas con un día por delante, con un Sol, con mil nubes, con decenas de sueños todavía sin cumplir, con una rutina, con un rastro de sudor y un exhausto camino por andar aún por delante. Luchando y habiendo luchado, y ya sabiendo todo lo que aún te queda por luchar. Y el chocolate sigue ahí. Una ínfima parte del mundo. Viene, y va. Se termina y se vuelve a abrir con ese olor a cacao puro, a galleta, a frutas, o quizás a almendra... y eso, cuentacuentos, es un incentivo, una alegría, incluso una recompensa o un refuerzo indispensable... pero nunca, una razón.
Y si de todas las personas que conoces, escoges a UNA sóla con la que compartir tu vida, aún sin saber a todas las personas increíbles o no que te queden por conocer, y quizás nunca tendrás ya la oportunidad de hacerlo... dime que es porque sincera y simplemente, te dio la santisima gana. Como una tableta de dulce chocolate con leche.
Cuento cuentos de cuentos que para mi cuentan más que los cuentos que cuentan los "enamorados" que ya no cuentan nada.
martes, 15 de diciembre de 2009
domingo, 6 de diciembre de 2009
RE-formatéalo.
Como ya muchos nos han comparado, funcionamos como el mecanismo de un ordenador. Nos hemos creado en forma de máquina, sin duda.
Ante un estímulo adverso nos inquietamos, nos trabamos, nuestra parte racional se colisiona, como lo hace el ordenador ante un virus, o una sobrecarga de información. Muchas veces reiniciamos, volvemos a intentarlo, apagarse por minutos es a veces la mejor opción, y lo sabemos a ciencia cierta.
Otras muchas, nos estresamos, nos embarga un terrible miedo o vacío interno que no busca reiniciar, sino abandonar, apagar y punto. Lo apagado siempre se vuelve a encender. Un ordenador apagado es totalmente inutil. Así que volvemos a funcionar. Normalmente si nos apagamos un tiempo, al encendernos estamos perfectamente, como si todo lo malo se hubiera camuflado tras lo que queremos ver, como si nuestra realidad se hubiera tornado a gusto; estamos frescos y queremos comernos el mundo bebernos la vida, traguito a traguito, nos sentimos fuertes e imparables. Tanto que nos atragantamos. Nos reiniciamos, nos apagamos. Como un ciclo contínuo que se repite una y otra vez. Como el mecanismo de una máquina. No parece tan complicado, se trata de asumirlo extirparle importancia al apagado y al encendido.
El problema es que, en ocasiones el ciclo se hace tan repetitivo que te das cuenta. No de algo en concreto, no se trata de un descubrimiento particular... es una captación del ciclo en su forma más explícita... nos damos cuenta de su funcionamiento, y predecimos lo que acontecerá, nos agotamos porque deja de merecer la pena el encendido, el apagado consume la energía, y comenzamos a funcionar mal, lento, torpemente, nos desesperamos porque reiniciar deja de tener sentido.
Apagar. Encender. Nada.
Y alguien te dice que quizás tengas que reformatearlo todo. Hacer añicos y guardar en la memoria solo aquello que no te condicione el nuevo ciclo, que no te lo manche, para que esté impoluto y perfecto, dispuesto a comenzar otra vez.
No se trata de otra etapa del ciclo. Se trata de un nuevo ciclo aparte. No es huir, es saber colocar puntos finales, cuando lo racional se come a lo irracional y no deja gota.
Lo reformateó todo...
Y solo quedó la papelera de reciclaje.
(apenas10meses.)
Ante un estímulo adverso nos inquietamos, nos trabamos, nuestra parte racional se colisiona, como lo hace el ordenador ante un virus, o una sobrecarga de información. Muchas veces reiniciamos, volvemos a intentarlo, apagarse por minutos es a veces la mejor opción, y lo sabemos a ciencia cierta.
Otras muchas, nos estresamos, nos embarga un terrible miedo o vacío interno que no busca reiniciar, sino abandonar, apagar y punto. Lo apagado siempre se vuelve a encender. Un ordenador apagado es totalmente inutil. Así que volvemos a funcionar. Normalmente si nos apagamos un tiempo, al encendernos estamos perfectamente, como si todo lo malo se hubiera camuflado tras lo que queremos ver, como si nuestra realidad se hubiera tornado a gusto; estamos frescos y queremos comernos el mundo bebernos la vida, traguito a traguito, nos sentimos fuertes e imparables. Tanto que nos atragantamos. Nos reiniciamos, nos apagamos. Como un ciclo contínuo que se repite una y otra vez. Como el mecanismo de una máquina. No parece tan complicado, se trata de asumirlo extirparle importancia al apagado y al encendido.
El problema es que, en ocasiones el ciclo se hace tan repetitivo que te das cuenta. No de algo en concreto, no se trata de un descubrimiento particular... es una captación del ciclo en su forma más explícita... nos damos cuenta de su funcionamiento, y predecimos lo que acontecerá, nos agotamos porque deja de merecer la pena el encendido, el apagado consume la energía, y comenzamos a funcionar mal, lento, torpemente, nos desesperamos porque reiniciar deja de tener sentido.
Apagar. Encender. Nada.
Y alguien te dice que quizás tengas que reformatearlo todo. Hacer añicos y guardar en la memoria solo aquello que no te condicione el nuevo ciclo, que no te lo manche, para que esté impoluto y perfecto, dispuesto a comenzar otra vez.
No se trata de otra etapa del ciclo. Se trata de un nuevo ciclo aparte. No es huir, es saber colocar puntos finales, cuando lo racional se come a lo irracional y no deja gota.
Lo reformateó todo...
Y solo quedó la papelera de reciclaje.
(apenas10meses.)
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