Es como cuando te haces un té. Al principio está hirviendo y acercar la mano a la taza te quema, entonces esperas. El tiempo es estimado, te lo revela la práctica, la experiencia. Pero sin quererlo sabes casi a la perfección cuando el té está a la temperatura ideal. Pero... ¿qué pasa si lo dejas demasiado tiempo enfriar? Pues exactamente eso, se enfría. Y el té calentito que esperabas ya no está, repudias el té frío, así que no te queda más remedio que levantarte tirar el saquito inutil y hacerte uno nuevo. También puedes recalentarlo, pero ya no es lo mismo y lo sabes, además el tiempo de espera se multiplica. La cosa es que te acabas cansando del té, de esperar, de que se enfríe y de tirar saquitos. Como consecuencia, bajas al super de enfrente a por una Coca-cola fresquita. Cuando te la acabas, te percatas de que en realidad te apetecía un té. Pero ahora lo odias, lo aborreces, porque ha acabado con tu paciencia. El té sólo es culpable de tener esas características propias que lo hacen enfriarse a medida que pasa el tiempo. Pero tú tendrías que haber sabido cual era el punto exacto para tomarlo.
(Restarle importancia a lo que importa y dársela a lo que no importa, esa es la clave.)
2 comentarios:
sublime
brutal la comparacion
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