Y así exprimimos
el tiempo en una continua comunicación equívoca.
Agrandamos,
eternamente, el espacio entre los dos.
Nuestras
miradas opacas enmudecidas para siempre,
se sostienen muertas de frío.
Y el pitido de tu
teléfono al comunicar,
Repetidamente,
Todo el rato.
Duele
que
ensordece.
Pero más pesa no
saber si hemos sido transparentes.
Si he sido
transparente.
Si sé quién soy.
¿Cómo amarnos,
sin saber quienes somos?
¿Cómo saber si te vas, quién
se ha ido realmente?
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