Y se me ocurre lo indispensable que es la atmósfera de la vivienda. La gente cambia de casa y focaliza su cambio en un nuevo apartamento. Sin embargo el entramado emocional y psicológico que se crea va mucho mas allá. Somos energía acumulada en un talonario de inputs vitales que segregan hábitos de pensamiento destinados a evidenciarse en la acción. Y entonces imitamos, entonces proyectamos, idealizamos lo que nos gustaría ser, nos masturbamos. En la repetición se encuentra el aprendizaje y veinte mil veces tres te hará encontrar triángulos en cada esquina. Si el muro de azulejos morados se sustituye por un sofá amarillo de cuero, de repente, cambias de idea. Y es sencillo de entender. Una vivienda te acompaña, te refugia, te consuela. Las paredes comparten tus lágrimas y tus carcajadas. Y a diferencia de otros, lo ven todo. Acostumbrarse a ver el muro de otro color significa cambio. Y lo interesante es que va mas allá de un muro. ¿Cuantas cosas hacemos entre paredes que jamás hemos mostrado un ápice de parecer llegar a hacer?. ¿Cuántas excusas necesitaríamos para explicar todo lo que tienen que explicar ellas? Plagadas de energías, y conocedoras de múltiples pensamientos. Quizás ellas serían las más flexibles. Por entender de alguna manera cada mente dispuesta a su saber. Y con este escrito dignifico la apreciación a la vivienda esperando de alguna manera quedarme exenta de pretenciosas descripciones sobre la sensibilización con el espacio, como si eso tuviera que ser normal, o aparentemente normal. Y es que aparentemente somos muchas cosas. Soy. Soy. Soy. Y no tenemos ni idea de lo que somos. Y ya me iba por las ramas así que vuelvo a mi suelo, mi techo, mis luces y mis lamparas. Si me voy a dormir cada día con un espacio perfecto para la acción, esta será bienvenida, y llegará brillante entre vítores y aplausos. Espeluznantemente atrevida, segura, y preciosa. Y los fantasmas de mi casa son mis propios fantasmas. Y sus escondites están en donde la casa decida. Con sus recovecos pensados para almas como la suya. Así que quien ose decir que el espacio se puede eludir no sabe quien es. Y el tiempo se le escurre entre los dedos, como la lluvia agrieta el cemento con cada gota de mal tiempo.
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