CAPÍTULO 1.
Los
electrodos ya me habían avisado de que me iba a enamorar de ella. Cuando tenía
tan sólo 6 años mis padres aceptaron que participara en el estudio neurológico de
predicción de comportamiento. Me sometieron a una serie de pruebas de
neuroimagen que a partir de mi actividad neuronal predecían mi posible conducta
futura. No leí esos informes hasta que cumplí 16 años. Mi madre me sentó en la
mesa de la cocina y me explicó que era normal que tuviera una adolescencia
dificultosa ya que según habían predicho los informes neuropsicológicos era una
persona con necesidad afectiva y dependencia emocional, tenía dificultades para
controlar mis impulsos, al parecer el lóbulo frontal tenía algo que ver en todo
esto: tardaría más de lo normal en desarrollarse. Pensaba que esta sensibilidad
patológica explicaba muchos de los pensamientos que tenía que no me atrevía a
compartir con nadie. Me entró un miedo atroz, porque si esos informes estaban
en lo cierto me esperaban años depresivos, tendría que ir con mucho cuidado con
lo que sentía, o por lo menos con lo que dejaba ver que sentía ya que mis
padres tenían grandes expectativas en mí, habían pagado mucho dinero por esos
informes, y teniendo una información privilegiada que no muchos podían adquirir
tenía que actuar en consecuencia. A mí me parecía que era como hacer trampas.
Hacer trampas en el juego de la vida para ir con ventaja. Me cuestionaba si esa
información realmente me ayudaba, pero claro tenía 16 años, yo que iba a saber
entonces.
Recuerdo
perfectamente el primer día que la vi. Fue el lunes 19 de Enero, Blue Monday,
según decían las noticias era el día más triste del año. Al parecer unos
investigadores de la Universidad de Illinois llevaron a cabo un estudio
matemático que relacionaba las variables “dinero”, “clima”, “motivación”, y
calculando los días que la mente humana podía vivir de la ilusión navideña,
parecía que ese día, 19 de enero, lunes, tocaba estar triste como nunca. Lo
cierto es que llovía y el cielo parecía pintado con carboncillo. Allá donde
miraba veía carteles anunciando el “Blue Monday”, hologramas de emoticonos
tristes danzando por la Gran Vía avisaban de las precauciones que había que
tomar: 24 horas de tristeza podrían llevar a la sociedad al caos. Había colas
en las puertas de las farmacias, la gente temía el desastre emocional y aumentaba
sus dosis normales de Prozac. Pensé durante un momento como podía vivir la
gente en el pasado cuando las ventas eran limitadas. Mi padre siempre me
hablaba de lo afortunado que era por tener acceso a la felicidad de manera tan
sencilla. Antes aparentemente costaba años de terapia. Yo siempre le decía que
se imaginara él lo afortunado que era por poder coger aviones y estar
rápidamente dónde deseara que antiguamente la gente caminaba y se pasaba meses
para llegar a su destino. Me adulaba por mis metáforas. Lo cierto es que
siempre quise estudiar historia. Me parecía un trabajo de espía del pasado.
Había tanta información perdida por el paso de los años… todo estaba
simplificado y era difícil tener un pensamiento crítico sobre los sucesos
supuestamente reales. "Te enseñan lo que quieren que veas". Esto me lo
decía mi profe de historia del instituto, Ramoncete, todo el mundo le
criticaba, se rumoreaba que había estado preso. A mí me caía bien.
Caminé
hasta el Museo de Arte digital, allí tenía que girar a la izquierda y en unos
minutos estaría en la escuela. Justo antes de cruzar la calle, en la esquina
del museo, vi a una chica de pelo azul que recogía incesantemente algo del
suelo. No sabía qué exactamente. Tenía curiosidad así que me acerqué. A primera hora
tenía Técnicas computacionales, era un coñazo y podía esperar, además era Blue
Monday, era un día especial para poder saltarme un poco la norma. Total,
deprimirme me iba a deprimir igual.
Al
acercarme me di cuenta de que no recogía nada del suelo. Sólo se agachaba una y otra vez estirando la mano. Era como si
quisiera guardar aire en sus bolsillos.
- Hola. ¿Estás bien? – le dije
tímidamente.
Tardó unos segundos en responder. Siguió con lo suyo, pero al ver que yo seguía ahí
parado se dio la vuelta y me miró directamente a los ojos. Tenía un iris común,
marrón, pero los bordes eran negros y su mirada quemaba como el magma
volcánico. Me asusté.
- Me imagino que, en realidad, te
importa una mierda si estoy o no estoy bien. De hecho opino que ni siquiera
tienes claro el concepto de “bien”, y aún teniéndolo claro ni siquiera ese
concepto cobra sentido en la frase que me formulas. Supongo también que lo que
realmente te mata de curiosidad es entender porqué estoy actuando de una manera
extraña para ti. Simplemente te has acercado para matar tu propia curiosidad,
así que no formules preguntas como dando a entender que tienes algún tipo de
preocupación por mi bienestar. No nos conocemos de nada así que si hoy mismo
muero tu vida sería exactamente igual de mediocre que ayer.
Sus
palabras entraron en mi oído como una fuerte ráfaga de aire que te deja sordo y
con un pitido final. Tarde unos momentos en recomponerme. Lo curioso es que
tenía razón. Quería salir glorioso de ese encuentro, quería ganarle el juego.
Desvié la mirada que ya me estaba quemando la retina, respiré hondo.
- Quizás te gustaría acabar con mi curiosidad y decirme el porqué de este comportamiento extraño.
- Quizás te gustaría acabar con mi curiosidad y decirme el porqué de este comportamiento extraño.
- ¿Por qué debería hacerlo?
- Porque soy el único que te lo ha preguntado.
Mira toda la gente a tu alrededor, están tan angustiados por el Blue Monday que
evitan el contacto visual para no deshacerse en pedazos. Corren a resguardarse
de la lluvia. No les importa lo más mínimo lo que haces. – Esbocé la sonrisa
del ganador, esa que sólo levanta ligeramente las comisuras de los labios.
Esta
vez fue ella la que me retiró la mirada. Se tomó su tiempo. Dio un par de
patadas al suelo, se mordió el labio inferior. Con su mano derecha se arrancó
un pedacito de pellejo del labio, este comenzó a sangrar ligeramente. Succionó
el líquido que ya se deslizaba hacia la barbilla. Entonces me clavó los ojos.
Sentí como mi retina se resentía. Era una bomba atómica en un vaso de chupito.
- Está bien, ven conmigo.
La
seguí por las callejuelas del Raval, nuestros abrigos estaban cada vez más mojados.
Mi pelo chorreaba, y la humedad me calaba los huesos. Se detuvo en una
cafetería que yo conocía bien, me gustaba ir allí a tomar al café después de
las clases. Me gustaba porque casi nunca había nadie. En las paredes se podía
leer el paso de los años, era una auténtica porquería con encanto. Nos sentamos
en la esquina, la mesa al lado de la ventana claro, de esa manera el cristal se
convertía en un escudo perfecto, entre la lluvia, la tristeza, la soledad humana,
y nosotros: dos desconocidos resguardándonos en un sitio recóndito embriagados
por la sensación de haber rasgado la rutina y creado una fístula en la línea
recta de acontecimientos de nuestras vidas.
Ella
habló primero.
- Me suicidé hace diez años. No fue un
suicidio clásico… simplemente vendí mi memoria a la ciencia. Todos mis
recuerdos quedaron grabados en enormes máquinas. Ahora mismo no tengo muy claro
quién soy. Es como reiniciar un disco duro. Buscó la verdad como una condenada.
En las motas de polvo, en las partículas de aire, en el cuello de las camisas,
en los suspiros, en las carcajadas, en las lágrimas. Busco la verdad… y cuando
encuentre algo puro y sincero ya estaré preparada para entregar mi cuerpo
también, y desaparecer para siempre de este mundo de plástico.
Me
quedé atónito. Temía encajar mal sus palabras. Estaba frente a una de esas
suicidas de las que me habían hablado en clase. Ellos simplemente cedían sus recuerdos a grandes empresas neurológicas, a productoras de cine, a estudios de mercado: vendían sus historias. Ella había decidido hacerlo
para recibir una moneda de cambio: verdad.
- ¿Por qué escoges “la verdad” por “la
vida” y no “la verdad” en la vida?
- Porque son incompatibles. O escoges
buscar la verdad, o vivir sin ella. Sino no sobrevives. Con el tiempo me di cuenta
de que mi sino era buscar la verdad, y compartirla. Probablemente escriba algo
antes de irme para siempre: narraré todas esas motas de verdad que he
encontrado, todas las historias en las que he nadado, he imaginado, retocado, y
que no me he atrevido a vivir por miedo.
- ¿Por
miedo a qué?
- Miedo
a una sociedad podrida y mohosa, fabricada con plástico fino, que nos controla como engranajes de maquinaria pesada, abduciéndonos el cerebro con pantallas
enormes de píxeles carnívoros. - Se tomó unos segundos - Hacía tiempo que no podía respirar aire puro…
todo me pesa, me acelera… Tengo la sensación de que todo lo que me rodea es mentira.
Su voz quedó entrecortada, como si un
nudo en su garganta no le permitiera emitir más sonidos. De pronto vi una
lágrima deslizándose por su mejilla. Tuve la inercia de acariciarle la cara y
retirarle la sal que ya le estaba llegando a la boca. Me clavó sus ojos volcánicos y algo dentro de mi se rompió en mil pedazos.
FIN CAPÍTULO 1.
(...)
FIN CAPÍTULO 1.
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