miércoles, 4 de febrero de 2015

CONCURSO ROMÁNTICO FANTÁSTICO JUVENIL.

CAPÍTULO 1.




Los electrodos ya me habían avisado de que me iba a enamorar de ella. Cuando tenía tan sólo 6 años mis padres aceptaron que participara en el estudio neurológico de predicción de comportamiento. Me sometieron a una serie de pruebas de neuroimagen que a partir de mi actividad neuronal predecían mi posible conducta futura. No leí esos informes hasta que cumplí 16 años. Mi madre me sentó en la mesa de la cocina y me explicó que era normal que tuviera una adolescencia dificultosa ya que según habían predicho los informes neuropsicológicos era una persona con necesidad afectiva y dependencia emocional, tenía dificultades para controlar mis impulsos, al parecer el lóbulo frontal tenía algo que ver en todo esto: tardaría más de lo normal en desarrollarse. Pensaba que esta sensibilidad patológica explicaba muchos de los pensamientos que tenía que no me atrevía a compartir con nadie. Me entró un miedo atroz, porque si esos informes estaban en lo cierto me esperaban años depresivos, tendría que ir con mucho cuidado con lo que sentía, o por lo menos con lo que dejaba ver que sentía ya que mis padres tenían grandes expectativas en mí, habían pagado mucho dinero por esos informes, y teniendo una información privilegiada que no muchos podían adquirir tenía que actuar en consecuencia. A mí me parecía que era como hacer trampas. Hacer trampas en el juego de la vida para ir con ventaja. Me cuestionaba si esa información realmente me ayudaba, pero claro tenía 16 años, yo que iba a saber entonces.

Recuerdo perfectamente el primer día que la vi. Fue el lunes 19 de Enero, Blue Monday, según decían las noticias era el día más triste del año. Al parecer unos investigadores de la Universidad de Illinois llevaron a cabo un estudio matemático que relacionaba las variables “dinero”, “clima”, “motivación”, y calculando los días que la mente humana podía vivir de la ilusión navideña, parecía que ese día, 19 de enero, lunes, tocaba estar triste como nunca. Lo cierto es que llovía y el cielo parecía pintado con carboncillo. Allá donde miraba veía carteles anunciando el “Blue Monday”, hologramas de emoticonos tristes danzando por la Gran Vía avisaban de las precauciones que había que tomar: 24 horas de tristeza podrían llevar a la sociedad al caos. Había colas en las puertas de las farmacias, la gente temía el desastre emocional y aumentaba sus dosis normales de Prozac. Pensé durante un momento como podía vivir la gente en el pasado cuando las ventas eran limitadas. Mi padre siempre me hablaba de lo afortunado que era por tener acceso a la felicidad de manera tan sencilla. Antes aparentemente costaba años de terapia. Yo siempre le decía que se imaginara él lo afortunado que era por poder coger aviones y estar rápidamente dónde deseara que antiguamente la gente caminaba y se pasaba meses para llegar a su destino. Me adulaba por mis metáforas. Lo cierto es que siempre quise estudiar historia. Me parecía un trabajo de espía del pasado. Había tanta información perdida por el paso de los años… todo estaba simplificado y era difícil tener un pensamiento crítico sobre los sucesos supuestamente reales. "Te enseñan lo que quieren que veas". Esto me lo decía mi profe de historia del instituto, Ramoncete, todo el mundo le criticaba, se rumoreaba que había estado preso. A mí me caía bien.

Caminé hasta el Museo de Arte digital, allí tenía que girar a la izquierda y en unos minutos estaría en la escuela. Justo antes de cruzar la calle, en la esquina del museo, vi a una chica de pelo azul que recogía incesantemente algo del suelo. No sabía qué exactamente. Tenía curiosidad así que me acerqué. A primera hora tenía Técnicas computacionales, era un coñazo y podía esperar, además era Blue Monday, era un día especial para poder saltarme un poco la norma. Total, deprimirme me iba a deprimir igual.
Al acercarme me di cuenta de que no recogía nada del suelo. Sólo se agachaba una y otra vez estirando la mano. Era como si quisiera guardar aire en sus bolsillos.

-       Hola. ¿Estás bien? – le dije tímidamente.

Tardó unos segundos en responder. Siguió con lo suyo, pero al ver que yo seguía ahí parado se dio la vuelta y me miró directamente a los ojos. Tenía un iris común, marrón, pero los bordes eran negros y su mirada quemaba como el magma volcánico. Me asusté.

-       Me imagino que, en realidad, te importa una mierda si estoy o no estoy bien. De hecho opino que ni siquiera tienes claro el concepto de “bien”, y aún teniéndolo claro ni siquiera ese concepto cobra sentido en la frase que me formulas. Supongo también que lo que realmente te mata de curiosidad es entender porqué estoy actuando de una manera extraña para ti. Simplemente te has acercado para matar tu propia curiosidad, así que no formules preguntas como dando a entender que tienes algún tipo de preocupación por mi bienestar. No nos conocemos de nada así que si hoy mismo muero tu vida sería exactamente igual de mediocre que ayer.

Sus palabras entraron en mi oído como una fuerte ráfaga de aire que te deja sordo y con un pitido final. Tarde unos momentos en recomponerme. Lo curioso es que tenía razón. Quería salir glorioso de ese encuentro, quería ganarle el juego. Desvié la mirada que ya me estaba quemando la retina, respiré hondo.

Quizás te gustaría acabar con mi curiosidad y decirme el porqué de este comportamiento extraño.

- ¿Por qué debería hacerlo?

Porque soy el único que te lo ha preguntado. Mira toda la gente a tu alrededor, están tan angustiados por el Blue Monday que evitan el contacto visual para no deshacerse en pedazos. Corren a resguardarse de la lluvia. No les importa lo más mínimo lo que haces. – Esbocé la sonrisa del ganador, esa que sólo levanta ligeramente las comisuras de los labios.

Esta vez fue ella la que me retiró la mirada. Se tomó su tiempo. Dio un par de patadas al suelo, se mordió el labio inferior. Con su mano derecha se arrancó un pedacito de pellejo del labio, este comenzó a sangrar ligeramente. Succionó el líquido que ya se deslizaba hacia la barbilla. Entonces me clavó los ojos. Sentí como mi retina se resentía. Era una bomba atómica en un vaso de chupito.

-   Está bien, ven conmigo.

La seguí por las callejuelas del Raval, nuestros abrigos estaban cada vez más mojados. Mi pelo chorreaba, y la humedad me calaba los huesos. Se detuvo en una cafetería que yo conocía bien, me gustaba ir allí a tomar al café después de las clases. Me gustaba porque casi nunca había nadie. En las paredes se podía leer el paso de los años, era una auténtica porquería con encanto. Nos sentamos en la esquina, la mesa al lado de la ventana claro, de esa manera el cristal se convertía en un escudo perfecto, entre la lluvia, la tristeza, la soledad humana, y nosotros: dos desconocidos resguardándonos en un sitio recóndito embriagados por la sensación de haber rasgado la rutina y creado una fístula en la línea recta de acontecimientos de nuestras vidas. 

Ella habló primero.

-     Me suicidé hace diez años. No fue un suicidio clásico… simplemente vendí mi memoria a la ciencia. Todos mis recuerdos quedaron grabados en enormes máquinas. Ahora mismo no tengo muy claro quién soy. Es como reiniciar un disco duro. Buscó la verdad como una condenada. En las motas de polvo, en las partículas de aire, en el cuello de las camisas, en los suspiros, en las carcajadas, en las lágrimas. Busco la verdad… y cuando encuentre algo puro y sincero ya estaré preparada para entregar mi cuerpo también, y desaparecer para siempre de este mundo de plástico.

Me quedé atónito. Temía encajar mal sus palabras. Estaba frente a una de esas suicidas de las que me habían hablado en clase. Ellos simplemente cedían sus recuerdos a grandes empresas neurológicas, a productoras de cine, a estudios de mercado: vendían sus historias. Ella había decidido hacerlo para recibir una moneda de cambio: verdad.

-     ¿Por qué escoges “la verdad” por “la vida” y no “la verdad” en la vida?

Porque son incompatibles. O escoges buscar la verdad, o vivir sin ella. Sino no sobrevives. Con el tiempo me di cuenta de que mi sino era buscar la verdad, y compartirla. Probablemente escriba algo antes de irme para siempre: narraré todas esas motas de verdad que he encontrado, todas las historias en las que he nadado, he imaginado, retocado, y que no me he atrevido a vivir por miedo.

¿Por miedo a qué?

Miedo a una sociedad podrida y mohosa, fabricada con plástico fino, que nos controla como engranajes de maquinaria pesada, abduciéndonos el cerebro con pantallas enormes de píxeles carnívoros. - Se tomó unos segundos - Hacía tiempo que no podía respirar aire puro… todo me pesa, me acelera… Tengo la sensación de que todo lo que me rodea es mentira.

Su voz quedó entrecortada, como si un nudo en su garganta no le permitiera emitir más sonidos. De pronto vi una lágrima deslizándose por su mejilla. Tuve la inercia de acariciarle la cara y retirarle la sal que ya le estaba llegando a la boca. Me clavó sus ojos volcánicos y algo dentro de mi se rompió en mil pedazos.


FIN CAPÍTULO 1.
(...)